Gratitud y perdón
Queridos diocesanos:
El Santo Padre el Papa Francisco ha aceptado mi renuncia al gobierno pastoral de la Archidiócesis de Zaragoza, que libremente le había presentado, de acuerdo con el Código de Derecho Canónico de la Iglesia (cfr. C.I.C., cn. 401 & 1), el 28 de enero de 2019.
Ha llegado la hora de la despedida. El tiempo de mi ministerio episcopal entre vosotros se ha cumplido. En este momento expreso mis sentimientos de obediencia, gratitud y oración al Papa Francisco, porque siempre me he sentido confortado por su palabra, por su testimonio de vida y por su amor apasionado a la Iglesia.
Mi gratitud se extiende a todo el Pueblo de Dios, que peregrina en esta Diócesis de Zaragoza, santificada desde la primera hora de la predicación evangélica por la presencia secular de la Virgen del Pilar. Dios ha sido grande y bueno conmigo y quiero agradecérselo, en unión con todos los sacerdotes, miembros de vida consagrada y fieles laicos, que me habéis acompañado en estos años con vuestra amistad, cercanía y colaboración. Nuestro vivir es convivir, y hoy siento que el río de mi vida se ha llenado con muchos afluentes. En el momento en que me paro a contar sus aguas, volviéndome a la fuente, que es Dios, os recuerdo con agradecimiento. Con vosotros quiero proclamar su nombre santo, celebrar su fidelidad y prometerle permanecer siempre fiel en su servicio durante los años de vida que quiera regalarme.
Con la gracia de Dios, en medio de mi fragilidad, he tratado de servir a esta Iglesia particular de Zaragoza, haciendo de mi ministerio episcopal entre vosotros un “amoris officium”, un servicio de amor, según reza mi lema episcopal. He gozado y he sufrido en silencio por nuestra Iglesia, porque el corazón siempre sangra por donde ama.
Me despido de todos vosotros, queridos diocesanos. ¿Qué voy a hacer ahora? Lo que decía San Bruno a sus monjes: “practicar un ocio laborioso y reposar en una sosegada actividad”. Es la hora de la oración reposada y sin prisas, del retiro silencioso, de la paciencia callada, del sereno atardecer, del agradecimiento por tantos dones recibidos. Es la hora de dejarse ceñir, de ir donde quizá uno no quiere, pero Dios en su providencia amorosa te lleva. Que esta nueva etapa de mi vida sea como la de Pedro una confesión de amor.
Es la hora también de pedir perdón humilde por mis pecados y de ofreceros disculpas, porque os he podido ofender a algunos de vosotros con mis palabras, decisiones y omisiones, y sin duda habré defraudado a otros por mi tibieza y negligencias. Me confío a la misericordia de Dios y espero vuestra comprensión.
En las manos amorosas de Dios dejo todo lo que queda atrás, con el contrapunto de luces y sombras, para lanzarme a lo que aún me pone por delante, sostenido por el gozo de que me ha llamado por mi nombre para servirle en su Iglesia como cristiano, como sacerdote y como obispo, pues nada hay comparable a la alegría de gastar la vida en el servicio de Cristo y de su Iglesia.
El Sr. Nuncio en España me comunica que por disposición de la Santa Sede seguiré gobernando la Diócesis de Zaragoza en calidad de Administrador Apostólico hasta la toma de posesión de mi Sucesor. Rezad por mí para que sepa servir a la comunidad cristiana en este tiempo de espera hasta la venida del nuevo Pastor. Oremos también por el nuevo Arzobispo, para que el Señor le conceda la abundancia de los dones del Espíritu en su próximo servicio pastoral a nuestra Diócesis.
Con Dios os dejo y con la protección maternal de la Virgen del Pilar, tan querida y venerada en nuestra tierra.
Con mi afecto, gratitud y bendición,
+ Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Zaragoza